- Para Padres
“Esto de criar a los hijos es facilísimo”, ningún padre en el mundo ha dicho esto.
“Esto de criar a los hijos es facilísimo”, ningún padre en el mundo ha dicho esto. Confieso que cada día compruebo que una cosa es la teoría y la otra es la práctica. Y ahora en tiempos de redes sociales siento que el asunto se complica. Las críticas, escrutinios y opiniones sobre casi cualquier tema de la parentalidad hacen que por momentos se ponga todo, absolutamente todo en duda; sobre todo nuestra capacidad de ser papás.
La verdad es que en la actualidad nos enfrentamos a unos estilos de disciplina bastante divididos. Suelo encontrarme con padres de familia que son demasiado permisivos por miedo a perder el amor de su hijos y/o lastimarlos con límites o por el contrario; demasiado autoritarios y no permiten la flexibilidad, en ocasiones inculcando miedo para obtener resultados. Y luego estamos los demás, atrapados en una especie de limbo de qué camino escoger día tras día y en ocasiones nos llenamos de culpa, frustración y confusión.
Un día finalmente acepté que esto de criar no iba a ser un trabajo de solo intuición ni tradición, sino que iba a ser de mucha educación. Y buscando fue así que conocí la “disciplina positiva”. Está basada en los trabajos de Alfred Adler (psicología adleriana) y Rudoph Dreikurs, quienes desde los años 20 creían en el concepto de educación para padres y la importancia de criar a los hijos con respeto, ya que lo contrario llevaba a más problemas de riesgo social en el futuro. Dreikurs siguió el enfoque desarrollado y llevándolo a la práctica como la crianza “democrática”. Era el punto medio entre la crianza autoritaria y la permisiva. En 1980, Jane Nelsen y Lynn Lott siguen sus pasos buscando llevar este enfoque a los hogares, escuelas y organizaciones fundamentado con investigaciones y evidencias. La disciplina positiva cuenta con cinco criterios:
1. Permite que los niños sientan una sensación de “conexión”. El niño necesita sentir que pertenece y es importante en su comunidad.
2. Es amable y firme al mismo tiempo. Es mutuamente respetuosa y alentadora para los padres y los niños.
3. Es eficaz y a largo plazo. El niño piensa y siente el aprendizaje para poder decidir sobre sí mismo y su mundo.
4. Enseña importantes habilidades sociales y de vida. Tales como el respeto, preocupación por los demás, la resolución de problemas y la cooperación, así como las habilidades para contribuir a la casa, la escuela o la comunidad más grande.
5. Invita a los niños a descubrir cuáles son sus capacidades. Fomenta el uso constructivo del poder personal y la autonomía.
Las herramientas son muchas, pero creo que la más importante es que la D.P. no se basa en utilizar los castigos para modelar el comportamiento. Y para sorpresa de muchos, tampoco se vale premiar. Está centrada en estímulos positivos y en soluciones junto con el desarrollo de habilidades de comunicación e interacción. Se trata en cambiar la creencia detrás de cada conducta e identificar la necesidad del niño. Y si algo no funciona, pues se puede aplicar las 3 “erres”: reconocer, reconciliar y resolver. Estas nos permiten entender que nuestros errores son también oportunidades de aprendizaje y debemos perdonarnos cuando fallamos. Los dejo con esta frase que creo que lo resume bastante bien: “De dónde sacamos la loca idea de que para lograr que un niño sea bueno, primero debemos hacerlo sentirse mal”. ¡Esto a mí sí que me hace sentido!
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