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"En 1992 vi la película ‘Ladybugs’, y fue allí donde tomé la decisión de que no bastaba con jugar en el patio. yo Quería ser ‘futbolista de verdad’..."
Me sucede mucho que la gente me detiene en la calle o en algún evento social para preguntarme si a mí realmente me gustan los deportes. Bueno, esta es la historia de cómo empezó todo esto…
Al ser la más pequeña de tres hermanos, y la única niña, era natural que yo quisiera hacer todas las cosas que hacían mis hermanos para no quedarme por fuera. Eso incluía que mis barbies formaran parte de las batallas de los G.I. Joe, y, por supuesto, ¡jugar fútbol!
En 1992 vi la película “Ladybugs” (esa, en la que había un equipo de niñas, sí niñas que jugaban fútbol), y fue allí donde tomé la decisión de que no bastaba con jugar en el patio. Yo quería ser “futbolista de verdad”. ¿Y dónde uno encuentra lo que busca? Pues en los clasificados, así comencé a buscar diariamente en el periódico un equipo necesitado de una nueva jugadora de fútbol alta y flaca… pero no lo encontré.
Como soy intensa, mi mamá comenzó a preguntar, y una compañera del trabajo tenía una hija que jugaba con el Hammocks Lighting en la AYSO (American Youth Soccer Organization), y la temporada estaba por iniciar. Así llegué yo, un sábado nublado en la ciudad de Miami, al parque de Hammocks, con mis tacos y espinilleras compradas en Kmart, y con la ilusión de ser toda un Toto Schillaci, mi ídolo en el Mundial de Italia 90.
Con la ayuda de mis hermanos que siempre me siguieron la corriente, fui la máxima goleadora del torneo mi primer año: 32 goles en 10 partidos (jamás he olvidado esa cifra). No era una jugadora fuerte, creo que siempre perdía en la lucha por la posesión del balón, pero de chiquita mi emoción por jugar era muy grande. Era habilidosa, visionaria y siempre buscaba el marco (puede que sea exagerada un poco en la descripción de mi talento, pero hay que meterle ‘feeling’ a esto).
Luego vino el Mundial de EE.UU. 94, el cual viví intensamente por estar en Estados Unidos. Allí conocí al “Pibe” Valderrama, con quien me sentí identificada, no sé si por su estilo de juego o estilo de cabello que era muy parecido al mío a los 10 años. También lloré por primera vez gracias al fútbol, cuando Roberto Baggio falló el penal en la final contra Brasil. Y también en ese Mundial me enamoré de Paolo Maldini, eterno capitán de la selección italiana y único jugador de fútbol en el mundo que si se me para enfrente, pues me desmayo.
Así empezó todo a mis 9 años, esta pasión y este amor por el deporte y por el fútbol, simplemente, fueron parte de mi vida y nunca lo quise de otra forma. Era algo que me llenaba de muchas alegrías y que me fue formando como persona. Aunque me he encontrado con muchas barreras en el camino (que luego les contaré), nunca me he dado por vencida en esta lucha por querer hacer lo que amo. Nadie dijo que sería fácil cuando la niña decidió que quería jugar al fútbol, pero las cosas fáciles nunca son divertidas, y yo me he divertido muchísimo con el deporte en los últimos 22 años.
Así es la respuesta a la duda de que si a mí realmente me gustan los deportes.